Por azares del destino me encuentro en la ahora inspiradora necesidad de alimentarme durante una semana con una mezcla bastante ecléctica de ingredientes.
12 Huevos
Pan
3 litros de Leche
½ Litro de Crema
300 grs. de Jamón
250 grs. de Queso
Mermelada de frambuesa
Un paquete de 20 tortillas de harina.
1 litro de salsa roja
2 jitomates
Siendo estos componentes básicos de casi cualquier cocina mexicana (principalmente una de soltero que, en un domingo cualquiera, tuvo la imperiosa necesidad de salir al supermercado para disimular su bien vivida holgazanería doméstica), me dispongo a relatar como haré yo para sobrevivir un periodo tan amplio sin acabar arañando las paredes o masticando la suela de los zapatos, con tal de probar algo distinto.
Primer Día.
El desayuno consiste en dos tradicionales huevos revueltos a los cuales les hemos de agregar minitrozos de queso y un poco de jitomate. Podríamos usar parte de nuestro jamón pero la posibilidad de impedirnos comer carne en el futuro nos detiene. Acompañar con un trozo de pan.
A la hora de la comida es importante mentalizarnos, llevamos ya 1/3 del día. Hurray.
Para la cena nuestra dieta se basará en unas “ensalsadas” producto de sumergir las tortillas en la salsa roja y después rayar un poco de queso encima. Gratinar en el microondas. (Para estas alturas habrán notado que no hubo comida, esto se compensará de la forma más ética posible: variando el vacío alimenticio entre el desayuno, la comida y la cena. De esta forma nuestro cuerpo saldrá confundido y podremos acabar triunfantes en menos de lo que imaginamos.)
Segundo Día.
Al despertar un buen vaso de leche, grande, liquido, blanco, delicioso. Una tortilla con mermelada de frambuesa y otro vaso de leche. Esos lácteos tan considerados.
Para la hora de la comida podremos disfrutar de una extravagante sincronizada con crema, queso, jamón, jitomate y salsa. Todo esto sobre una cama de 2 panes con un huevo estrellado cada uno. Sal al gusto.
En la cena, con mucha menos energía que el día anterior tomamos un vaso de agua o leche con un omelet de 3 huevos relleno de queso y mermelada. Un poco raro, yo se, pero la idea simplemente la robe de un “restaurant” enfrente de la escuela.
Tercer Día.
Adivinaron, tres quesadillas con un vaso de leche y pan tostado con mermelada de frambuesa. Los cuatro ingredientes se pueden intercambiar al gusto.
Para cenar, después de tremendo atascón del día anterior, podremos seguir ingiriendo calorías como comedores compulsivos. Sándwich de huevo con crema y jitomate. ¡Bravo!.
Cuarto Día.
Los recursos empiezan a escasear, rezar para que alguien nos invite a comer es ahora parte de la dieta básica. Un rezo por la mañana, dos a mediodía y una pequeña plegaría antes de dormir. El ángel de la guarda es bastante efectivo.
Quinto Día.
Este día la leche es libre, de mezclarse con agua para que rinda.
Los alimentos consistirán en jamón con pan y queso, dos sándwiches –si es que se les puede llamar así- y un poco que pan tostado con mermelada de postre.
Fin de semana.
En estos momentos es un hecho, los sabores nos empiezan a asquear, es más, pensar en cualquiera de nuestros elementos diarios nos producen ganas de ingerir Listerine con mostaza y de esta forma adormilar nuestras papilas gustativas por al menos 48 horas.
Cualquier combinación de los ingredientes restantes esta permitida desde ahora. Es necesario resaltar la importancia de que los olores, colores y consistencia queden tan abstractos que seamos incapaces de distinguir la receta.
Espero que esta pequeña guía sirva para alguien que se encuentre en una situación similar o sea lo suficientemente flojo para no volver a hacer compras en un largo periodo. No recomiendo que sea empleada como dieta quema grasa o en frecuentes ocasiones. ¡Vuestro cuerpo os los agradecerá!.
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