Descripción

De carácter ambiguo y sonrisa latente, así era Max, un chico universitario como cualquier otro. Su facilidad para relacionarse le había ganado muchos amigos y su inconsistencia al actuar le abonaba unos cuantos enemigos. Siempre estaba dispuesto a tener una charla acompañada de una buena taza de café, aunque esto significara un bajo rendimiento en su vida académica. Decía que a final de cuentas las calificaciones no eran otra cosa que números impresos y que lo que se aprendiera del contacto con las personas era indudablemente más valioso. Este contacto era muchas veces fugaz y banal. Por más que se propusiera sacar contenido de cada situación, conforme pasaba el tiempo se hacía evidente que no se puede crear de la nada. Lo kitsch sería una paradójica pantalla de chillantes colores. Un espectáculo montado para proteger a los estúpidos. A los vacíos.

Su ciudad era un laboratorio sombrío y gélido. Gélido no por el contacto humano ni por la temperatura del ambiente, simple y sencillamente por la falta de movimiento en esa aglomeración de objetos destellantes. A pesar de que visto de cerca pareciera un frenesí de automóviles y personas, no hace falta otra cosa que tomar dos pasos hacía atrás para observar lo estático de la vida urbana. Su enclavamiento de rituales y mitos en la imaginaria popular provocó un aislamiento de la ciudad para con sus vecinos, situación que se repitió a niveles psicológicos en los que la enajenación y la exclusión social se volvieron el pan de cada día.